Día 3, -34º
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Cada vez que llega el momento de una expedición suelo tener una pesadilla muy recurrente que siempre está relacionada con el factor tiempo. A pesar de la gran variedad de peligros a los que nos enfrentamos en cualquier gran aventura, el factor psicológico que supone afrontar el paso del tiempo y el entorno puede resultar abrumador.
Afrontar el comienzo de una expedición de dos meses puede ser muy desalentador. Tener que concentrarse en una sola cosa (esquiar, escalar, etc.) durante días y días también lo es. Especialmente si lo comparas con el ritmo del resto del mundo. Aquí no hay distracciones, ni lugares de ocio. Suelen ser habituales los momentos de introspección y eso da miedo. Siempre he pensado que la mejor forma de determinar aquello que es más importante es eliminando cualquier otro pensamiento.
En la Antártida, el tiempo suele ser el enemigo. Disponemos de un determinado número de días para cubrir una distancia concreta. Durante nuestra expedición Last Degree en bicicleta, disponemos de avituallamiento para recorrer 109 kilómetros en ocho días.
Aquí es muy difícil pedalear. Se trata de una lucha constante entre el cansancio y el aguante. Después de dos días, me voy habituando al factor tiempo. No es la primera vez que tengo estas sensaciones y, seguramente, no será la última.
Día 4, -29º
En la Antártida, entre que nos despertamos y empaquetamos todas nuestras pertenencias para dirigirnos hacia el sur pasan casi dos horas. En ese intervalo de tiempo, suelo dedicarme a derretir nieve con mi hornillo MSR, vestirme, desayunar e ir al lavabo, además de preparar la sopa y otras cosas. No suele ser una tarea demasiado relajante. Una vez en camino, suelo necesitar una hora para calentar los músculos.
Hemos vuelto a tener suerte con el tiempo, despejado y en calma. Además, un par de guías de ALE salieron en motos de nieve desde el Polo Sur y la nieve está ligeramente compactada, por lo que hemos podido recorrer más distancia con la bicicleta. De hecho, hemos cubierto 22,8 kilómetros en siete horas y media. En total, hemos estado casi 10 horas en marcha sin contar los periodos de descanso.
En cuanto al ajuste de la bicicleta, estoy encantado con el rendimiento de mi Trek Farley 9.8. En condiciones como estas, el peso es fundamental. He decidido llevar casi todo mi equipo en el trineo para quitar peso a la bicicleta y utilizo un «brazo» Thule como el de los remolques para niños. Con este sistema, es casi imposible que el trineo adelante a la rueda trasera y la fuerza de empuje queda casi en línea con el trineo.
El terreno es ondulado, por lo que hemos tenido que ascender casi dos horas por la nieve. Y luego, el descenso. Hoy me paré, miré a mi alrededor y pensé, «parece que estemos encima de un pastel redondo». Estábamos justo en el centro de un círculo blanco.
El avión de transporte
Día 5, -32º
Si hay algo que he aprendido de la Antártida con el paso de los años, es que la única constante son los cambios. He podido acabar dos expediciones completas (de casi dos meses de duración) al Polo Sur y otras dos de forma parcial. Esta es mi quinta temporada en la Antártida y, hasta ahora, nunca había podido disfrutar de tantos días de sol seguidos. La meteorología y la visibilidad han sido excelentes durante los últimos cuatro días y me preocupa la posibilidad de que el tiempo cambie a peor.
También hay que tener en cuenta que nosotros hemos puesto algo de nuestra parte. Nuestra expedición es corta y no se trata de una carrera ni de un intento de batir un récord mundial. Es por ello que aprovechamos toda la ayuda posible para aumentar nuestras posibilidades de éxito. Ya sea un avituallamiento para reducir el peso de nuestros trineos o pedaleando detrás de una moto de nieve, como en este momento. Todos los que han probado una fat bike saben que la nieve incide mucho en el rendimiento. En la Antártida, la nieve suele ser dura y compacta por el efecto del viento, aunque también suelen haber zonas menos firmes que nos ralentizan. Las orugas de la moto de nieve compactan la nieve justo lo necesario como para seguir pedaleando con más eficacia y fiabilidad.
Rodar encima de la bicicleta sigue siendo una tarea complicada. Llevamos aquí cinco días y aún no nos hemos aclimatado. Afortunadamente, la navegación es mucho más fácil ahora. En lugar de comprobar la brújula para dirigirme a un punto concreto del horizonte, solo tengo que seguir la pista que se dirige al sur. Me preocupa el viento, ya que puede borrar cualquier señal que haya podido dejar la moto de nieve. Sin embargo, intento no pensar demasiado en ello.
Vamos avanzando lentamente. Pedaleamos y andamos durante una hora. Después nos tomamos un descanso de siete minutos para comer y beber algo. Y así, sucesivamente. Llega un momento, al final de la jornada, en el que solo pienso en llegar, meterme en la tienda de campaña y dormirme. Estoy cansado.
La soledad del polo sur
Día 6, -32º
-34%
Uno de los libros favoritos de mi hijo es uno de Barrio Sésamo titulado «El taller de reparaciones», en el que Epi y Blas se unen para arreglar los juguetes de otros monstruos. En las expediciones, a menudo tengo la sensación de que la tienda de campaña también es como un taller de reparaciones. Si a un entorno tan frío le sumas la intensidad de la luz ultravioleta, solo es cuestión de tiempo que algo se rompa.
Ayer fueron mis botas. Tengo unas botas de esquiar noruegas que ya he utilizado en otras expediciones a lo largo de los años. Son ligeras, te protegen del frío y la suela es lo suficientemente rígida como para pedalear. El año pasado, mientras realizaba el curso de entrenamiento polar, tuve que pegar la talonera con pegamento. Al coger las botas, me olvidé por completo de la reparación anterior. Ayer, cuando concluía la jornada, la talonera de mi bota se había empezado a despegar. No falta mucho para que se desprenda completamente.
Suelo llevar un kit de reparación bastante completo, que varía de tamaño según la expedición. Para la bicicleta, dispongo de un pequeño surtido de herramientas, así como otros artículos. La goma era demasiado gruesa para una aguja, por lo que decidí taladrar a través del talón, utilizando tornillos y tuercas. Ahora parece un poco la bota de Frankenstein, aunque conseguí superar la jornada en plena forma.
Fue otro día frío y soleado en la meseta polar. El entorno no cambia demasiado, pero sigue siendo precioso. Es como si viajásemos entre dos círculos perfectos. Blanco debajo y azul encima.
Yoshi pareció sorprendido cuando le describí la estación polar de Amundsen-Scott. «Es como una pequeña ciudad», le dije.
«¿De verdad?», respondió. «Pensé que lo único que quedaba era el poste».
Transcurridas unas horas, miré hacia el sur y vi unos cuantos puntos negros y una masa blanca y redonda en el horizonte: la estación del Polo Sur a tan solo 22,5 kilómetros de distancia.
Cuando me paré para contárselo a Yoshi, se puso a llorar de emoción por estar tan cerca. El día anterior había tenido que convencerle para seguir adelante después de una mañana especialmente complicada. Estoy orgulloso de su esfuerzo y aliviado por estar tan cerca del Polo. «Eric», dijo Yoshi, «No veo nada sin mis gafas».
Distancia recorrida: 22 kilómetros
Campamento listo para descansar
Día 7, -37º
«Hoy estamos en la parte más al sur del mundo», le dije a Yoshi, que estaba igual de entusiasmado que yo.
Nuestro entusiasmo desapareció en cuanto empezamos a pedalear con un viento de cara muy molesto. Estaba cansado y tenía ganas de acabar. Notaba que Yoshi también lo estaba.
Le había pedido si podía hacer el primer turno del día. Me di cuenta de que el efecto mental de estar al mando aumentaba su nivel de energía lo suficiente como para aumentar ligeramente nuestro kilometraje por horas. Después de una hora me puse al mando, con la cabeza gacha para protegerme la cara del frío. Poco a poco, la estación polar de Amundsen-Scott se hacía cada vez más grande.
Finalmente, llegamos a nuestro campamento. Rob Smith, el representante de ALE en el Polo Sur, nos dio la bienvenida cuando llegamos al campamento y todo eran sonrisas mientras nos acompañaba a la tienda de campaña climatizada. El Polo Sur, propiamente dicho, aún estaba a media milla de distancia, pero estábamos cansados y hambrientos… Y, encima, había calefacción.
Sentado en el campamento base climatizado de ALE, tomándome una cerveza, la lucha, la tensión y el agotamiento de la semana desaparecen tan rápidamente como las estalactitas que cuelgan de mi pasamontañas y del buff. Me acerco a la estufa para aprovechar todo el calor.
Una hora más tarde, volvimos a abrigarnos con la ropa polar y pedaleamos los últimos metros hasta el Polo Sur. La sensación fue increíble. Lo habíamos conseguido.
Hice unas cuantas fotos de Yoshi con el Polo Sur de fondo hasta que el frío le obligó a regresar al campamento. Yo me quedé en el Polo para hacerme unas fotos con mi Farley. Acababa de convertirme en el primer guía en completar la expedición Last Degree al Polo Sur subido en una fat bike. La sensación fue increíble.
Conquistando el polo sur